lunes, 14 de septiembre de 2009

"Ahora fumo de rodillas en el lavabo del aeropuerto"

Vicente Amiel, que ha intentado siete veces dejar de fumar sin conseguirlo

LLUÍS AMIGUET

Tengo 58 años: llevo 43 fumando. Soy de Sant Pere Pescador, de una familia de cuatro generaciones de fumadores. Mi mujer, antitabaquista, me hace fumar en el balcón. Los fumadores compartimos la sordidez, pero también la camaradería en terrazas y escaleras de incendios

Fumar mata: no negaré la evidencia. Pero tengo derecho a un suicidio lento y placentero con final abierto, porque de ningún humano - ni siquiera de un fumador-se puede predecir ni la fecha ni la causa de su muerte.

¿Cuándo y por qué empezó a fumar?

Mi abuelo fumaba: de hecho murió a los 80 años de cáncer de pulmón y en su agonía seguía liando - lo vi-cigarrillos imaginarios con sus dedos en el aire...

Lo imagino fumando en el cielo.

... Mi padre también fue fumador empedernido y yo hace cuarenta años, a los 15, empecé a fumar mis cigarritos con orgullo.

Estaba cantado.

Mi hábito fue saludado entonces con alegría por mis familiares como un rito más de iniciación a la vida adulta: "El niño se ha hecho mayor: ya fuma".

¿Empezó a fumar sólo por emulación?

No era yo: fumaban los multimillonarios y los pedigüeños, los médicos, los curas, los políticos, el pelotón de ejecución y el reo que pedía a su verdugo el último cigarrillo... Fumar permitía compadrear o desafiar, ser generoso o tacaño; ganar un amigo o detectar a un gorrón: ¡el mundo entero exhalaba humo con fruición y desparpajo!


El humo era instrumento de seducción.

Irresistible: ¿Se imagina a Sara Montiel, en vez de "fumando espero", esperando al amante con un parche de nicotina en el brazo?

Aún no sabíamos del daño del tabaco.

Podríamos arbitrar medios para evitar que a los fumadores se nos recluya en lóbregos portales o terrazas de las empresas: achicharrados en verano y congelados en invierno. Dicen que nos constipamos más porque el tabaco debilita el sistema inmunológico...

¿No es cierto?

... ¡Lo que nos resfría es tanta entrada y salida de la oficina! Ysi no hay zona de fumadores, como en el aeropuerto de El Prat, fumamos en los váteres.

¡Ojo que le saltará la alarma de fuegos!

Yo tengo un truco: me acuclillo junto a la taza del váter y voy echando el humo allí dentro... Al mismo tiempo, voy tirando de la cadena y el correr del agua lo disipa.

Empieza usted a inspirar lástima.

No, porque de esas miserias nos redime la dulce solidaridad entre fumadores...

Nada une como el vicio.

Como ya no me dejaban fumar en el aeropuerto ni por supuesto en el avión, cuando por fin pude ir a Madrid en el AVE, me convertí en su más devoto usuario. Me sabía horarios y recorrido de memoria.

Si en el AVE tampoco se puede fumar. ...

Yo contaba los minutos hasta que por fin podía apoyarme en el estribo y echaba unas caladitas en el andén durante los minutitos de parada en Zaragoza o donde pudiera. ¡Ya me preocupaba yo de no encerrarme nunca en un AVE directo!

Era usted el único que pedía paradas.

Un día me pilló la azafata cigarrito en mano junto a la puerta y yo le supliqué clemencia. Justo pasaba por allí el maquinista y me salvó la vida: "Venga conmigo, señor", dijo discreto. ¡Y pasamos el trayecto juntos fumando a placer en la hermética cabina del conductor! ¡El mejor viaje de mi vida!

¿El peor?

Fui a Nueva York: ¡qué agonía!

Hace ya tiempo que no se fuma a bordo.

Aquella ocasión fue peor porque estaba dejando de fumar. Lo he intentado siete veces.

Hay técnicas.

Me clavé 200 agujas de acupuntura. ¡No es cierto que no duelan! Y yo me pasaba la sesión deseando que acabara para poder encenderme un pitillo. Pero ese día que recaí llevaba ya nueve meses sin oler el humo.

¡Pero si ya casi lo había conseguido!

Bajé del avión histérico yal pasear por Nueva York vi a los pobres fumadores ateridos de frío en los portales de las oficinas. Me acerqué a uno de ellos, le pedí un cigarrillo y, solidario, lo encendí con rabia.

¿Por qué no deja usted de fumar ya?

Por una mezcla de "no quiero" y "no puedo", y tengo derecho a hacer con mi salud lo que me dé la gana.

¿Por qué tengo yo que pagar con mis impuestos el hospital que cuesta su vicio?

Entendería que cualquier seguro obligara a pagar más a los fumadores. Y lo pagaría. Insisto en que no voy a discutir los daños que causa el tabaco, pero en una sociedad abierta podríamos llegar a fumar sin molestar...

¿Cómo?

Porque a mí tampoco me gusta entrar en una habitación cargada de humo...

¿Lo ve?

... Pero se pueden habilitar salas de fumadores en los lugares públicos. Y en el ámbito privado... ¡Ah, aquellos venerables salones de fumador de las casas pudientes...!

Frente al declive del cigarrillo, el puro parece encandilar a las élites.

Es la estratificación social del tabaquismo: en un restaurante de campanillas se me negó con displicencia un paquete de rubio, como si hubiera pedido una pipa de opio, y, en cambio, a los cinco minutos se me trajo una selección de carísimos habanos... ¡Qué cara!

Las clases altas fueron primeras en fumar y las bajas son las últimas en dejarlo.

Es volver al origen: los cigarrillos fueron un invento sevillano para aprovechar los recortes de puros y venderlos a los pobres.

¿No quiere intentar dejarlo otra vez?

También me lo pide mi hija de cinco años: "Papá, yo ya he dejado el chupete: ¿por qué tú no dejas de fumar?".

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