lunes, 5 de octubre de 2009

Los adictos

los adictos despiertan cada mañana con resaca
chuchaqui
/que le dicen/
sabor pastoso de polvo en la garganta
pulmones sembrados de yerba
ropa y cabello sucios de pega
y quién sabe
el cerebro fundido

los adictos huyen del miedo
tan solo para verlo cara a cara
y de la soledad
aun cuando nunca estuvieron más solos
sollozan en las noches
aunque no lo quieran reconocer
mordiendo las almohadas que no guardan el sueño
o al menos
no más
de lo que esconden viejas verdades sórdidas

los adictos caminan
siempre en cuerdas muy flojas
alzadas a kilómetros del suelo
y se bambolean en los acantilados de todos los abismos
venden el cuerpo
porque ya no les queda alma
y sueñan
/aunque se nieguen a reconocerlo/
que un día
el sol podrá salir por algún norte nuevo

los adictos pregonan
haber pactado siempre con la sombra
y visten gruesos caparazones de acero
bajo los cuales
se adivinan tan solo
los ojos deslumbrados y gigantes
de niños aterrados

los adictos conocen quién los ama
y quién preferiría verlos muertos
y manipulan a unos y a otros
mientras les queda cuerda

amo a los adictos
con su carga de angustia denegada
y su enorme felicidad del cuerpo
desmentida por eso que llaman abstinencia
con su rabia
y sus ganas de matar
que son como matarse sin dejar ningún rastro

los amo
con su explosión de vómito
con el miedo que gritan
cuando en la sombra no quedan sustancias
con el pánico de las venas
acostumbradas al paso de las ratas

los amo
por su dolor oscuro
su violencia que muchos siglos antes
fue algo así como tan solo un resto de vieja tristeza

los amo
más que a la niña que fue la abanderada en primaria y secundaria
y más que a la mejor soprano adolescente del conservatorio
y más que al niño que ganó el concurso de dibujo en el japón
y más que al crack de la sub quince
porque mientras ellos construyen el orgullo familiar
los adictos trapean el estiércol
de los patios traseros de familias perfectas
que pululan en la antigua ciudad de Mierda
poblada de conventos
y lavan con su lágrimas y con su sangre
pecados olvidados que cubren las paredes
de malolientes costras purulentas

se llaman pincho
costal
rocker
navitas
allulla
distroyer
titánico
focaccio
mago
polilla
chapa
piloto
viejo sapo
mono se llaman
y cuando el corazón les sale a flote
después de mucho trabajar la mugre
que buscaron para acallar el dolor
se encuentran almas repletas de nobleza
y los ojos espantados que de repente
han aprendido a sonreír de nuevo

amo a los que se paran
y más a los que caen
a los que luchan
y se dejan ganar
y vuelven a pelear
en un círculo eterno de duda y esperanza

los amo por buscar tenazmente la huella de sus padres
y por odiar el llanto de sus madres
y por hacernos el trabajo sucio
de las rectas conciencias que prefieren
no ensuciarse las manos

amo hasta la locura
el brillo de unos ojos
que no olvidan la pena
pero ya han aprendido de la dicha
aunque a veces elijan
/nadie sabe por qué/
presentar la renuncia irrevocable

amo sus nombres de verdad
que no puedo decir
y amo también sus nombres de combate
y mataría mil veces
por su sonrisa recuperada
y los latidos de sus corazones
animosos y fuertes después del huracán

los amo desde adentro
aunque parezca raro
porque escogieron
/equivocadamente/
vivir en el infierno
para dejarnos libre el paraíso


Lucrecia Maldonado
Escritora
Ecuador octubre 2009

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